Resumen: El texto aborda la polémica en torno al mecenazgo y patrocinio empresarial en el ámbito cultural. En este sentido, se mencionan algunas críticas frecuentes que la izquierda puede tener, tales como el posible uso del mecenazgo cultural como una forma de lavado de imagen o la comercialización y estandarización de la cultura. Asimismo, se destaca la percepción de que el filantrocapitalismo puede ser visto como una forma de consolidar el poder y la influencia de las empresas y los ricos en la sociedad, en lugar de abordar las desigualdades y la injusticia social. No obstante, se sugiere que esta antipatía hacia el mecenazgo cultural no es tanto una crítica al fenómeno en sí, sino más bien una desafección con las empresas y el mundo de los negocios. El texto también menciona que algunos autores han cuestionado estas posiciones críticas, argumentando que a menudo se presentan sin pruebas y como una manifestación de desconfianza hacia el sistema económico capitalista.
“…Probablemente, los mayores mecenas privados de hoy (los “patrocinadores” o “espónsores”, según se llaman en la jerga) sean los presupuestos publicitarios de las grandes marcas comerciales nacionales y mundiales, además de, por supuesto, las industria del ocio, los medios y la comunicación, que pueden considerarse con toda la razón parte integrante del negocio cultural”. Hobsbawm, E. (2013). Un Tiempo De Rupturas. Sociedad y Cultura En El Siglo XX. Barcelona: Crítica.
“En ciertos círculos del arte y la gestión cultural el mecenazgo y el patrocinio a la cultura por parte de la empresa privada son verdaderos anatemas. Puntualizo que uso aquí la expresión anatema en su sentido más primigenio(del latín anathema, y éste del griego ἀνάθεμα, «maldito, apartado»), que significa etimológicamente ofrenda, pero su uso principal equivale al de maldición, en el sentido de condena a ser apartado o separado, cortado como se amputa un miembro, de una comunidad de creyentes..
No es poco frecuente encontrar argumentos sobre como el filantrocapitalismo puede ser visto como una forma de consolidar el poder y la influencia de las empresas y los ricos en la sociedad, en lugar de abordar las desigualdades y la injusticia social.
También es cierto que el mecenazgo cultural puede ser utilizado por algunas empresas como una forma de mejorar su imagen pública o de “lavado de imagen”. A menudo, estas empresas utilizan la cultura como una herramienta de relaciones públicas para demostrar su compromiso con la comunidad y su responsabilidad social. Uno de los casos más citados podría ser la empresa petrolera BP, que patrocinó la Tate Gallery en el Reino Unido durante muchos años. BP utilizó su patrocinio de la Tate para presentarse como una empresa preocupada por la cultura y el medio ambiente, mientras que en realidad su principal actividad de extracción de petróleo y gas tiene graves consecuencias para el medio ambiente. Otro ejemplo es el patrocinio de las artes por parte de la industria tabacalera. En la década de 1990, las empresas tabacaleras en los Estados Unidos utilizaron el patrocinio de eventos culturales para mejorar su imagen pública y evitar la regulación gubernamental. Este tipo de patrocinio se prohibió en los Estados Unidos en 1998, pero aún se puede ver en otros países.
En general, más que críticas al mecenazgo como fenómeno, lo que se manifiesta en una antipatía hacia el sistema económico capitalista, en su versión más recurrida como “neoliberalismo”, es más una desafección con las empresas y el mundo de los negocios, que una diatriba en particular contra esta forma de promoción.
Digby Anderson y Michael Mosbacher han diseccionado en cuatro aspectos fundamentales este sentimiento anti filantrópico que experimentan muchas personas alineadas con la izquierda (2).
La primera de estas alegaciones es que las corporaciones se están haciendo cada vez más poderosas y que los intereses corporativos controlan los gobiernos. Se alegan sin ninguna prueba y, en realidad, en contra de todas ellas que hasta los gobiernos occidentales más poderosos han perdido su capacidad de regular las corporaciones y ahora simplemente hacen lo que las grandes multinacionales les exigen.
Villanos típicos son las compañías petroleras, especialmente ExxonMobil. La proposición de Bush de abrir partes de la Reserva Nacional ártica para la explotación petrolera y su oposición al Pacto de Kyoto fueron explicados en términos de influencias políticas y de codicia corporativa. No se utilizan otras explicaciones de estas políticas como no sean el egoísmo corporativo y el patronazgo político.
Nunca se considera, sostienen ambos autores, que se pudieran apoyar estas políticas por otras razones. El respaldo ideológico a la economía de mercado no se presenta como el producto de una larga experiencia histórica sino como una quimera elaborada por los intereses corporativos. Estados Unidos es presentado como el país industrializado en el que el poder corporativo ha llegado a su apoteosis.
Por otra parte, se acusa a las corporaciones americanas de difundir su maligna influencia a otros pases y de ser responsables del constante aumento del poder de las multinacionales. Son la fuente última de la corrupción. No es casual que las corporaciones ms criticadas sean americanas: Mosanto, McDonalds, Nike, Wal-Mart, Citigroup y ExxonMobil.
La segunda de las alegaciones de estos dudosos moralistas es que el comercio está empobreciendo a la enorme masa de los pobres del Sur mientras enriquece a la pequeña minora de los ricos del Norte. Esto, por supuesto, contradice los hechos. El comercio no es solo la fuente de la riqueza del Norte sino la única va para que el Sur salga de la pobreza. El hecho de que esta realidad sea casi universalmente aceptada por economistas y gobiernos, independientemente de las previas simpatías ideológicas de sus miembros, simplemente refuerza los prejuicios de los manifestantes.
Para ellos, creer en las ventajas del libre comercio no es un punto de vista válido con el que simplemente están en desacuerdo. Perciben la hegemonía neo-liberal como una construcción ideológica que simplemente sirve los intereses de los poderosos. Es aquí donde manifiesta su mayor fuerza el antiamericanismo. La hegemonía neo-liberal de la imaginación de los activistas ha sido construida, consciente e inconscientemente, en los departamentos de economía de las universidades americanas.
La tercera de las alegaciones es que una cultura corporativa está consiguiendo un dominio mundial y hundiendo las identidades locales. Esta es la forma en la que el antiamericanismo sale expresamente a la superficie. Las marcas globales atacadas son prácticamente todas americanas: Coca-Cola, MTV, Levis, Starbucks, McDonalds y Nike. Los manifestantes odian estas marcas porque muchas de ellas influyen sobre un territorio, la cultura juvenil, que los manifestantes consideran como suyo. Lo que ellos odian no es el estilo de vida con que las marcas tratan de asociarse sino la explotación comercial de esa cultura.
La cuarta alegación es que nadie puede escuchar puntos de vista contrarios a las grandes corporaciones; que las noticias que subrayan la iniquidad del capital internacional son ignoradas o censuradas. El hecho de que los panfletos anticorporativos anteriormente citados hayan sido publicados por grandes editores internacionales y hayan recibido gran publicidad no afecta esta convicción. En realidad, nada más lejos de la verdad que los grandes medios de comunicación excluyan a voces sumamente criticas de las corporaciones.
El diagnóstico es amargo, señalan los críticos. Todo es un producto y todo debe gestionarse como una lucrativa empresa: museos, bibliotecas, teatros, instituciones culturales.Explotarlos hasta el desgaste sólo con la función de la rentabilidad. Todas las estructuras culturales, no sólo artísticas, ya son hipermercados. Sus directores, aunque desarrollen ejemplarmente su función cultural, si no obtienen resultados comerciales y financieros, están perdidos. Los visitantes, por ejemplo, a pesar de la perjudicial masificación, nunca son suficientes y, entonces, es cuando se cuelan las marcas «mecenas», que exigen no sólo beneficios económicos, sino también prestigio.[Ib.supra.] Antes los mecenas reclamaban reputación-respeto-calidad, ahora piden “raiting”. Lo importante, alegan, ahora son las ventas, la especulación, la imagen a través de la publicidad y las promociones.
Referencias
(1) [Filantrocapitalismo es el término acuñado por Matthew Bishop, editor de The Economist y coautor (con el economista Michael Green) del libro que lleva tal nombre y se utiliza para nombrar la tendencia de aplicar métodos y enfoques empresariales a la filantropía (Philanthrocapitalism: How the Rich Can Save the World, Bloomsbury Press, 2008). Los filantrocapitalistas, de acuerdo con Bishop, no son donantes tradicionales, sino inversores sociales que consideran y calculan maximizar las ganancias para las causas que han elegido colocar bajo su ala Cfr https://www.forbes.com.mx/filantrocapitalismo-la-estrategia-no-gratuita-de-dar/] de la empresa privada.
(2) Anderson & Mosbacher. (2002) Marketing the Revolution: The New Anti-capitalism and the Attack Upon Corporate Brands. Social Affairs Unit.
Fuentes
Molina, C. A. (2015, 25 de febrero de 2015). Capitalismo Artístico, Reseña. ABC. http://www.abc.es/cultura/cultural/20150225/abci-lipovetsky-estetizacion-mundo-201502231253.html]
Hobsbawm, E. (2013). Un Tiempo De Rupturas. Sociedad y Cultura En El Siglo XX. Barcelona: Crítica
[Mosbacher, M., & Anderson, D. (s/i). Dudosos moralistas. En Defensa del Neoliberalismo. Retrieved from http://www.neoliberalismo.com/Dudosos_Moralistas.htm]