Un foro internacional realizado en Miami hace algunos años y que estuvo dedicado a la promoción de la filantropía en el mundo moderno, puso el acento en esta antigua forma de donación motivada por liberalidad que, pese a su antigüedad, sobrevive y progresa en un mundo en que parece que solo predominan los intereses más egoístas y los cálculos más materialistas.

En efecto, el ‘Foro Filantropía Poder’ organizado por Televisa, Banamex, la Universidad de Georgetown, el Miami Dade College, la ciudad de Miami y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), fue a todas luces un evento inédito que congregó a los más grandes líderes de la solidaridad mundial. A la cita concurrieron, entre otros, el Premio Nobel de la Paz, Muhammad Yunus; el presidente de la Fundación One Laptop Per Child, Nicholas Negroponte; el co–fundador de la organización no–gubernamental Generation Engage, Justin Rockefeller; y el presidente del grupo financiero Banamex, Roberto Hernández.

Según sus organizadores, el ‘Foro Poder’ pretendia abrir un debate sobre el sentido actual de la filantropía y también sobre la importancia que cobra la inversión corporativa en proyectos sociales, en especial para Iberoamérica. Un dato no menor, pues aunque se han producido avances significativos en el último tiempo, en la región pervive aún una cierta resistencia a la donación con liberalidad, reduciendo los índices de disposición a donar (capital filantrópico) precisamente allí donde más se necesita la solidaridad. Se trata de un aspecto que los organizadores del foro seguro tendrán en consideración.

Qué es la filantropía
En términos generales, se trata de un acto concreto y reconocible de ‘amor por el género humano’; en cuanto actividad, una ‘disposición o dedicación activa a promover la felicidad y el bienestar de los congéneres’. No obstante, el mundo angloamericano incluye bajo el concepto filantropía tanto a las fundaciones como a cualquier otro tipo de entidad o actividad privada a favor del común, como pueden ser los mecenazgos y donativos, entre otros.

Parece que hay entonces un concepto de filantropía para el mundo anglosajón y uno para el mundo latino. El primero más amplio, integrador de distintas prácticas sociales, conciliador entre los intereses privados y el bien común. El concepto latino me parece más bien que apunta a un entendimiento de la filantropía como la acción del mecenas individual, cargado de paternalismo, movido por una visión aristocratizante que asemeja al mecenas a ese ‘déspota ilustrado’ del ‘todo para el pueblo pero sin el pueblo’. Ya los propios Medici daban una idea bastante equívoca, pues al tiempo de ser ‘grandes protectores de las artes’, eran también grandes empresarios y comerciantes.

Filántropos chilenos
La historia de mi país (Chile) está llena de ejemplos de esa práctica. Como no recodar a Carlos Vial Espantoso (1900-1995), ex ministro de Hacienda del presidente Jorge Alessandri, que donó 200 millones de pesos para terminar la catedral de Valdivia, una ciudad universitaria emplazada a unos 800 km al sur de Santiago.

Mientras que Pedro del Río Zañartu (1840-19189, en su testamento legó a la ciudad de Concepción el fundo y la casa patronal de Hualpén (550 hectáreas de un santuario natural), donde hoy funciona un museo que lleva su nombre y, Sara Braun Hamburger (1862-1955), donó el imponente pórtico del cementerio de Punta Arenas, en el extremo sur del país.

Del Río Zañartu es un ejemplo paradigmático. En su testamento del 8 de noviembre de 1917, legó su fundo de Hualpén a la ciudad de Concepción, representada por una Junta Administrativa que designa por el mismo instrumento. En el mismo fundo, así como en la población que hoy lleva su nombre, donó el terreno necesario para levantar sendas escuelas, además de contribuir a la sustentación de los alumnos de escasos recursos que acudían a sus aulas. Antes de morir había contribuido con los dineros necesarios para la formación de la Biblioteca municipal de ese puerto, la creación de una Universidad y un Hospital Clínico, en cuyo recuerdo se sentó la primera piedra de la futura obra. Fue el primer benefactor de la futura Universidad de Concepción.

La filantropía en la actualidad
Thomas F. Garbett (consultor independiente en publicidad corporativa, autor de “Empresa y Comunidad. Beneficios Mutuos”) destaca que el concepto de responsabilidad social empresarial abarca hoy un sinnúmero de actividades, desde la forma y modalidad con que llevamos a cabo nuestros diarios negocios, hasta filosofías relativas a la calidad y precio del producto y trato justo para los empleados. “La responsabilidad social empresarial comprende, además de la salud y la seguridad laborales, problemas del medioambiente, e incluso el rol que asumen nuestras organizaciones en las comunidades donde operan”.

Hasta los años 30, la empresa (en Estados Unidos y otras naciones del continente) entendía que su único rol era obtener ganancias para sus propietarios. Tras la SGM, la semilla de la conciencia social brotó lentamente, pero aún subordinada a la voluntad del boss o patrón. En los sesenta se asumió que el bienestar de la comunidad en general llegaría finalmente a tener un impacto financiero favorable a las empresas comerciales en el largo plazo. A lo anterior se sumó una época en que el Estado llevó adelante una activa política de “recortes presupuestarios fiscales”. “Las instituciones de beneficencia, apunta, enfrentadas a la perspectiva de ver el torrente de fondos federales transformarse en apenas un hilillo, aumentaron en forma notoria sus esfuerzos para obtener dinero de las empresas y de otras fuentes”.

En 1989, de los 114.700 millones de dólares donados a IPSFL en EEUU, tan sólo 5.600 millones (4.8%) provino de las empresas. Los mayores donantes (84%) fueron las personas. Las fundaciones proporcionaron alrededor del 6% restante.

En la actualidad, se asume que las actividades filantrópicas, cuidadosamente planeadas y relacionadas con un interés propio de la compañía, no solo es un valioso instrumento para las comunicaciones, sino que además crea una relación sensible con la comunidad.

Pese a estos avances, la filantropía empresarial, que era bastante, fue cuestionada hasta hace relativamente poco tiempo. En los 70, economistas como Milton Friedman, creían que una empresa privada no debía pensar en términos de responsabilidad social ni intentar participar de manera positiva en la comunidad, pues la primera obligación de la empresa es obtener lucro. Friedman tuvo la osadía de sugerir que hacer el bien era malo. Su lógica de que la gerencia de una empresa no tenía derecho a gastar dinero para propósitos ajenos de la producción de utilidades tuvo cierto atractivo en su época, pues fue usado para justificar la tacañería individual de ciertos gerentes. Se argumentó además que la empresa no es más que una “ciudadana de papel”, libre, por tanto, de someterse a las reglas de la moralidad humana. “Puesto que la corporación era una invención legal –se argüía- y no un ciudadano vivo, que respirara, no llevaba consigo todas las responsabilidades y menos aún las obligaciones éticas y morales de los ciudadanos reales.

Sin embargo, desde los 80 esas ideas fueron cayendo en el olvido. Se viene insistiendo en la necesidad de que las empresas cooperen a satisfacer ciertas necesidades sociales. Se ha extendido entre las propias empresas la conciencia de que las corporaciones solo pueden tener éxito en la medida en que operen en una sociedad saludable, educada, culturalmente madura y próspera. En la medida en que la empresa afecta la vida de tantas personas que forman también a esa misma comunidad, es mejor que coopere para su constante bienestar.

Esta evolución, que aparece tan clara en el pensamiento económico norteamericano, no está aún tan desarrollada en otras latitudes. Me parece que hay empresas que no sienten necesariamente una compulsión a cooperar con los problemas de las comunidades que conforman su entorno (evidenciado por lo demás en la falta de participación para el allegamiento de recursos a la cultura).
Por su parte, no son pocos los sectores de artistas e intelectuales que se plantean críticamente todavía frente a estos fondos que provienen de las empresas. El temor a que el sustrato cultural específico sobre el que se trate este siendo manipulado por oscuros intereses empresariales, mismos que a la postre se traducen en una instrumentalización de la cultura al servicio del dinero, es una actitud nada de extraña aún en nuestras latitudes.

Garbett cree que frente a una compañía que no coopera en ninguna forma y otra que al menos dona algo de sus utilidades ante impuestos para promover actividades culturales, deportivas y artísticas, “evidentemente va a ser mayor el respeto y la actitud favorable expresados a la compañía que sale a ayudar”. Pero ese es solo el principio. La gente es generosa con quienes a su vez demuestran generosidad. La gente asocia la forma como una compañía se comporta, y esas ayudas forman parte de su propio patrón de conducta. La gente se relaciona con su trabajo. Si la compañía es la que trabaja es generosa, probablemente ella ayude a los demás dentro de la compañía y en su vida comunitaria. En otras palabras: hacer cosas buenas es contagioso. La filantropía también.

 

En la foto Pedro del Rió Zañartu, filántropo chlleno. Archivo web

Fuentes.
Thomas Garbett, Imagen Corporativa, como crearla y proyectarla, Legis, 1991, España.

Armando Cartes Montory, Pedro del Río Zañartu. Filántropo, Patriota y Viajero Universal, Aníbal Pinto, 1992, Concepción, Chile.