Me han hecho una breve entrevista que he pensado podría ser de interés compartírselas.
¿Cómo evalúa el nivel de apoyo que el Estado entrega a la cultura actualmente?
La evaluación del apoyo estatal a la cultura exige analizar no solo el nivel de financiamiento, sino también la eficacia institucional, el impacto social, la calidad de los instrumentos y su coherencia con los derechos culturales. Para que la inversión sea legítima y estratégica, se requiere gestión transparente, evidencia de retorno social, diversificación de mecanismos y alineamiento con consensos públicos y territoriales. Claro que el método más directo es examinar el porcentaje del presupuesto público destinado a cultura, comparándolo con objetivos establecidos y periodos anteriores. Así, un objetivo clave ha sido alcanzar el 1% del presupuesto destinado al Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (Mincap), meta que ha sido anunciada por el actual gobierno y es una viaja aspiración del sector. Sin embargo, la cifra real se ha mantenido en niveles inferiores, oscilando históricamente entre el 0.3% y el 0.5% del presupuesto total.
Se puede evaluar la voluntad política mediante los incrementos anunciados. Por ejemplo, se planteó un aumento del orden del 60% en el presupuesto del Ministerio de Cultura. No obstante, una evaluación más detallada sugiere que el aumento real puede ser menor (alrededor del 28%) debido a que se incluyeron partidas de otros ministerios (como las bibliotecas escolares CRA del Mineduc).
Incluso si se alcanza el 0.5%, esto sigue siendo un porcentaje marginal del gasto público total.
Es fundamental cuestionar la capacidad del ministerio para ejecutar el presupuesto. Una baja ejecución presupuestaria puede repercutir negativamente en los recursos asignados en años futuros.
Es innegable que los estándares de gestión interna y de buenas prácticas deben mejorar con urgencia dentro del Ministerio de las Culturas. La gestión debe ser transparente, eficiente y en sintonía con los estándares de probidad actuales.
Un problema de fondo que afecta la percepción del gasto público en cultura (y otros sectores) es la corrupción. Esto genera escepticismo sobre la asignación de recursos, especialmente cuando los críticos sugieren que el político de turno asigna fondos por afinidad política.
¿Cree que hay una percepción de desigualdad entre el financiamiento cultural y el deportivo?
No.
No hay un debate explícito o una evidencia directa que describa la percepción de desigualdad en el financiamiento específico entre la cultura y el deporte. Algunas personas si podrían sustentar, en cambio, una percepción de desigualdad en el financiamiento de la cultura en relación con otras necesidades sociales y prioridades públicas consideradas urgentes, lo cual enmarca el debate sobre el gasto estatal en ambos sectores:
La discusión pública sobre el apoyo estatal a la cultura se polariza frecuentemente al contrastar estos fondos con necesidades básicas, lo que sugiere una percepción de que los recursos se asignan de manera desigual o inapropiada. Existe el argumento de que la inversión en cultura se percibe como “superflua”, “irracional o innecesario”, o “marginal” en un contexto de crisis o dificultades. Se cuestiona que el Gobierno esté “desconectado de la realidad” al aumentar el presupuesto de cultura cuando se necesita invertir en seguridad, salud y economía.
Los críticos del financiamiento cultural argumentan que es un “despropósito” gastar en arte en un país con 3 millones de personas en lista de espera para atención médica, con colegios sin calefacción, o con problemas de delincuencia. Esta percepción se agrava con la visión de que la gente pobre paga impuestos de manera desproporcionada para financiar el “Hobby de una persona rica”.
¿Por qué piensa que la cultura recibe una mayor atención o recursos en comparación con el deporte?
Gracias por tu pregunta, pero me parece que parte de una premisa que conviene revisar. Asumes que la cultura recibe más atención o recursos que el deporte, pero esa comparación no es tan directa ni metodológicamente válida. No se trata solo de sumar presupuestos y ver cuál es mayor, sino de entender que cada área responde a lógicas distintas de inversión, impacto y sentido público.
Comparar el financiamiento de cultura y deporte es tan problemático como comparar cuánto se gasta en educación versus en defensa. No porque no debamos discutir prioridades, sino porque son dimensiones que cumplen funciones sociales, simbólicas y estratégicas muy distintas. La clásica metáfora de *“mantequilla o cañones”*, atribuida al canciller alemán Gustav Stresemann y popularizada en debates sobre gasto público, ilustra esta tensión: ¿invertimos en bienestar y cohesión social (mantequilla) o en poder y control (cañones)? La pregunta no es solo contable, sino profundamente política y ética.
En ese sentido, cultura y deporte no compiten entre sí, sino que coexisten como expresiones complementarias del desarrollo humano. La cultura articula memoria, identidad, crítica y creatividad; el deporte promueve salud, disciplina, comunidad y espectáculo. Ambas pueden ser herramientas de inclusión o de exclusión, según cómo se gestionen. Lo relevante no es quién recibe más, sino cómo se justifican esas asignaciones, qué visión de sociedad las sustenta y qué mecanismos de acceso y participación se garantizan.
¿Cree que debería haber un equilibrio más claro entre ambas áreas?
No. Como te he comentado, no es posible plantear algo así como un “equilibrio” entre presupuestos con naturalezas y objetivos muy diferentes entre sí.
¿Cómo respondería a las críticas que señalan que mientras la cultura recibe millones, los deportistas deben hacer rifas?
Entiendo la molestia que puede generar ver a deportistas organizando rifas mientras se percibe que la cultura recibe millones. Pero esta crítica parte de una simplificación que conviene revisar. Primero, tanto el deporte como la cultura son bienes públicos que requieren inversión sostenida, pero sus fuentes de financiamiento, sus escalas y sus impactos sociales no siempre son comparables.
Segundo, muchas veces los recursos culturales están destinados a instituciones, infraestructuras o programas de largo plazo, mientras que los deportistas —especialmente en disciplinas menos mediáticas— enfrentan vacíos de apoyo directo, lo que revela una falla en la política deportiva, no necesariamente un exceso en la cultural
Tercero, esta crítica suele instalar una falsa dicotomía: como si apoyar la cultura implicara abandonar el deporte. Pero ambos ámbitos pueden y deben fortalecerse en paralelo, con criterios de equidad, acceso y reconocimiento.
Finalmente, detrás de esta percepción hay una pregunta legítima sobre cómo se distribuyen los recursos públicos, y ahí es donde debemos exigir transparencia, participación y coherencia institucional. No se trata de rifas versus millones, sino de construir políticas que no obliguen a elegir entre identidad y esfuerzo, entre memoria y mérito.
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